LA MEJOR NOCHEBUENA.
Aquella tarde, última, por cierto, del Otoño, era ya realmente invernal.
La última estación del año se despedía con bastante rigor, como queriendo dejar grabado con caracteres perdurables el recuerdo de su transcurso en los anales de Cronos.
Densos nubarrones cubrían el cielo por completo; el viento soplaba fuerte, huracanado, y llovía pronunciada, persistentemente.
A veces era tan copiosa la lluvia, que velaba el paisaje, acercando enormemente el horizonte.
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Por la ancha carretera que como lazo fraternal une dos de las más importantes provincias de una de las regiones más olvidadas de nuestra nación, caminaba uno de esos vetustos, incómodos y destartalados carruajes que conservan irónicamente el nombre de diligencia.
La ocupaban en el día a que nos referimos, unos cuantos pasajeros, entre los que figuraba Don Gabriel, un empleado muy laborioso y de conocimientos bastante generales, a quien tenían -y en realidad lo era- como alma de unas cuantas oficinas de la población en que nació y hasta entonces residía.
[Ambientación] Compañía de diligencias La Madrileña. Foto subida por Marina Merino. Fuente: “dcaminata.wordpress punto com”.
Contra su manera de ver, contra su carácter algo locuaz y comunicativo, esta vez Don Gabriel no había trabado conversación con sus compañeros de viaje, como en otras muchas ocasiones, procurando, con la conversación, pasar el tiempo lo más inadvertidamente posible.
-Acortar las distancias, con las distracciones de la conversación -como él decía, en sus sabrosos y amenos decires.
Acurrucado en uno de los ángulos más reservados del carruaje, y arrebujado en su largo y peludo abrigo catalán, iba nuestro hombre, no sólo callado, silencioso, sino embebido en su propio pensamiento. Como si le dominara alguna honda preocupación; lo mismo que si embargara su ánimo algún grave presentimiento.
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Don Gabriel, como término del viaje a que ya se ha aludido, y después de forzadas diligencias locales, tornó a su casa, reintegrándose a la familia, ya bastante anochecido.
A pesar del frío y de la lluvia incensante, lluvia que se había infiltrado en sus músculos, entumeciéndolos y dificultando sus movimientos, llegó jadeante y hasta sudoroso, como labriego en trabajo forzado; se echó, más bien que sentó, en uno de los sillones que componían su modesto mobiliario; apoyó pesadamente la cabeza en el respaldo del asiento, lanzó un hondo y prolongado suspiro y quedó desvanecido.
Para él, tan íntegro, tan formal, tan completo, fueron tales los contratiempos hallados a su regreso, y tan fuertes y desagradables las impresiones recibidas, que sus facultades y resistencias, debilitadas por tantas y tan graves contrariedades, tuvieron que rendirse al peso violento de tantas emociones.
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[Ambientación] Médico dando medicina a un hombre enfermo en casa. Ilustración vintage, 1890. Fuente: “gettyimages punto com.mx”.
Fue un vahído intenso, pero pasajero, al fin. Un sencillo tratamiento médico y los solícitos cuidados conyugales, fueron restaurando poco a poco las energías perdidas, hasta llegar al imperio del dominio sobre sí mismo; al restablecimiento completo de su normalidad física funcional.
Don Jacinto, su gran amigo y compadre, conociendo, como conocía, su viaje a la capital de la provincia, encargole con la tenacidad de un loco empeño, unos DÉCIMOS DEL SORTEO OFICIAL DE NAVIDAD. Él, débil y condescendiente, como todos los buenos, aunque no disponía de recursos propios para evacuar el encargo, seguro del fácil cobro del precio-importe del mismo, a su regreso, y no queriendo amargar con la negativa el delicado estado de salud de aquél, no supo negarle el favor interesado y había dispuesto, para otorgarlo, de parte de la consignación de una de las oficinas en que servía, que había cobrado en la capital.
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Gravedad inesperada del padecimiento del compadre, y peligro inminente de la vida del mismo, que todos conocía ya. Imposibilidad de comunicarse con el enfermo y de restar tiempo a los cuidados del mismo. Notificación imprescindible del caso, a la esposa del compadre. Ignorancia y negativa al pago, de la misma. Consideración natural al moribundo. Fallecimiento posterior del mismo. Explicación probativa al jefe de la Oficina. Razonamientos, promesas, ofrecimientos, súplicas …
Nerviosidad y exigencia apremiante e implacable del jefe. Conminación enérgica y perentoria. Brete de solución difícil, imposible.
Perspectiva de cesantía. Fundadísimo temor de escándalo y maledicencia. Peligro inminente de buena fama. Pérdida de la honra …
Apuros agobiantes. Impotencia. Desesperación.
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[Ambientación] Entierro en un cementerio. Fuente: “villadearbeteta punto es”.
Primer día de Invierno.
Día espléndido, verdaderamente primaveral.
Cielo despejado, sin una nube. Vientecillo flojo, suave, como dulce caricia. Sol brillante, esplendoroso, derramando a torrentes su vivificadora luz. Temperatura deliciosa y agradable, como buena nueva.
Por toda la población no se hablaba nada más que del caso de Don Gabriel.
La noticia, aumentada y corregida, por la maledicencia, había corrido como el fuego en la pólvora.
¡Pobrecillo! -decían los más compasivos.
¿Se le emplea bien! … ¡Por bruto! -sentenciaban, malignamente, los más fríos e indiferentes …
El interesado, espoleado por el temor de los peligros que veía cernerse como nueva espada de Damocles sobre su honorabilidad, único capital que poseía para vivir y dejarlo a los suyos, se lanzó decididamente al sacrificio.
En unión de su esposa, tan interesada como él en salvar la terrible situación, y ayudado, en cuanto era dable, por sus mayores hijos, se lanzó a los domicilios de sus amistades, a los de sus conocidos y … hasta la propia vía pública, procurando a toda costa colocar participaciones de aquellos décimos de lotería de que, de manera tan especial, eran poseedores.
¡Así disminuiría, al menos, el importe del descubierto, poniéndolo, quizá, en condiciones de hacerlo asequible a su alcance y posible remedio!
¡Era -según sus deliberaciones atorrulladas- el único procedimiento, rápido y seguro, que necesitaba para librar el peligro!
La medida en que, él y su esposa, habían cifrado y cifraban la esperanza de su verdadera salvación.
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No pararon un momento.
La imperiosa necesidad no quiere ni necesita descanso.
Don Gabriel y los suyos, decididos a triunfar, habían desechado toda clase de cortedades y escrúpulos hueros y trabajaban, ambulando y desambulando por calles y vías, con ahínco y sin cesar.
Trabajo infructuoso. Tiempo perdido. Sacrificio inútil
¡Todo en vano!
A pesar del enorme esfuerzo realizado, fue bien poco, casi nulo, lo conseguido, aparte de la ocasión de probar amistades.
¡Probar amistades! … ¡Amistades! …
¡Desilusión, desengaños!
¡Vana esperanza!
No parecía sino que un halo maléfico se ensañaba contra él y los suyos …
¡Horrible! …
¡Mejor era perecer, como había perecido bajo el peso de su enfermedad el causante indirecto de aquella situación! …
Y lo peor del caso era que cada vez había menos remedio para su mal.
Lo temido, y que espantaba su ánimo, se les echaba encima hasta el punto de lo inevitable …
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[Ambientación] Décimo de la Lotería Nacional, para el sorteo del 15 de septiembre de 1851. Fuente: Asociación Española de Coleccionistas de Lotería.
Súpose la noticia por la estación telegráfica local.
¡Que notición!
¡Como cundió, y que pronto, por todas partes! …
Al principio nadie lo creía. Sería, tal vez, mofa de algún desaprensivo, de algún malvado.
¡Mofa! … ¡Mofa! …
También se comentó, como tal, hasta que la realidad los dejó pasmados. Muchos tuvieron que verlo CON SUS PROPIOS OJOS y que leerlo y releerlo, EN SUS PROPIAS MANOS, para convencerse. Pero era verdad: verdad firme e inconcusa.
El NÚMERO de Don Gabriel había salido premiado. Había obtenido nada menos que el PRIMER PREMIO.
¡El GORDO de Navidad! ¡Sí, señores, el GORDO de Navidad!
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Confirmada plenamente la noticia, y pasadas las primeras impresiones, difíciles, por no decir imposibles de describir, y, sobre todo, de narrar con fidelidad, ¡qué júbilo el de la casa de Don Gabriel! …
¡Y qué corazón más grande y magnánimo el suyo y el de sus familiares, perdonándolo, olvidándolo todo! …
Después, ¡qué satisfacción más grande, también! ¡Qué alegría más sana y desbordante! ¡Qué algazara más atroz!
¡Indecible! ¡Inenarrable!
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[Ambientación] Doña Manolita de Pablo, la lotera de la buena mano, forma parte de la historia de Madrid desde 1904, cuando instalara su primitiva Administración en la calle Ancha de San Bernardo. Fuente: “historia-urbana-madrid.blogspot punto com”, 2012.
Cuentan los curiosos y algunas amistades de la casa, que en la de Don Gabriel no decayó un momento la animación, el regocijo y la alegría desbordante; que la fiesta, abierta para todos, como siempre estuvo el corazón del interesado, fue interminable, y que Don Gabriel y su esposa, rehechos por completo, enteros y viriles, en el colmo de la satisfacción recibida y sintiendo renacer en su organismo el vigor y la energía resistente de sus primeros tiempos, cantaron y danzaron como niños, repitiendo entusiasmados a cada momento y como estribillo de canciones:
-¡Esta es nuestra mejor Nochebuena!
-¡¡LA MEJOR NOCHEBUENA!!
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 107-114. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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