PERSONAJE CONOCIDO.
Nuestro amigo chupó repetidamente el cigarro, arrojó maquinalmente la punta del mismo al cenicero, contempló un momento las azuladas espirales de humo que se desvanecía lentamente en la tibia atmósfera del despacho y comenzó diciendo:
-Recorríamos, en ferrocarril, la distancia que media entre dos hermosas poblaciones de la fértil y rica región andaluza.
En el departamento que ocupábamos, fuimos una gran rato completamente solos.
El día, como tantos otros del Invierno, estaba bastante oscuro, sombrío, tristón. El cielo, cubierto de nubes negras y tempestuosas, aparecía completamente encapotado. Soplaba viento fuerte, nada agradable, por cierto, y sentíamos el desconsuelo del frío.
Acurrucados lo mejor que podíamos en uno de los ángulos del vagón, molestos y hastiados, no teníamos más distracción que ver resbalar por el exterior del cristal de la vitrina las gotas de agua que la lluvia, impulsada por el viento y la velocidad del convoy hacían estrellarse contra el mismo.
Habíamos mudado la posición unas cuantas veces, y hasta de procurar dormitar estábamos cansados.
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[Ambientación] Interior de un antiguo vagón. Fuente: “gettyimages punto es”.
En una de las estaciones del Trayecto, subieron a nuestro departamento, tomando asiento muy cerca del que ocupábamos, dos pasajeros.
La presencia de aquellos señores, nos agradó sobremanera, llevando a nuestro ánimo la esperanza de algún aliciente, el consuelo de alguna distracción que ahuyentara la pesadez del aburrimiento que tanto nos fastidiaba.
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Se oyó, algo confuso, el característico toque de aviso de salida; sonó, luego, el agudo silbato de la locomotora, e, inmediatamente después, se puso en marcha el convoy, prosiguiendo el camino hacia su destino.
A poco, los viajeros de referencia reanudaron, al parecer, su interrumpida conversación, que nosotros, en el reposo de nuestro ánimo, recogimos, y que ahora, por simple curiosidad, reproducimos:
-Bueno, y … ¿por qué decías que te apenaba tanto hablar de nuestro pueblo?
-Pues porque no me gusta resucitar en mi memoria hechos, impresiones y sucesos que la entristezcan; porque me es muy doloroso tener que recordar cosas que, en la peculiaridad de mi carácter, tanto me hacen sufrir.
-¡Qué solemnidad! No comprendo …
-Sí, hombre, sí. No es solemnidad; y fácilmente se comprende que, al hablar de nuestro pueblo, al que sabes quiero tanto, según me interesas, tengo necesariamente que traer a colación la importancia que, como estación veraniega y puerto de mar, debió ya de haber adquirido, dada su privilegiada situación geográfica, el cúmulo de circunstancias apropiadas que en él concurren para ello y la holgura y desahogo consiguientes con que podían vivir a estas alturas sus moradores.
No hay en estos contornos regionales quien no conozca esas excelencias expresadas, las latentes e inexploradas riquezas que posee y las mil esenciales y especialísimas circunstancias de que está dotado …
Y, en verdad, eso de ver real y prácticamente el retroceso y abandono tan lamentables que allí imperan, y la escasez, privaciones y hasta miseria que sufren tan crecido número de sus habitantes, tan laboriosos, tan sensatos, todos, tan buenos ciudadanos … comprenderás que no es nada agradable para nadie, y menos para el que, como yo, se considera agraviado en su ferviente amor al rinconcillo que le vio nacer, en su propia dignidad ciudadana y hasta en sus mismos intereses.
[Ambientación] «Fauna nacional: Don Cacique», de Exoristo Salmerón y García, “Tito”, en el Gran Bufón, 1912. Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre.
-Chico, eso es serio y hasta grave por añadidura.
-Pues no vayas a figurarte que soy el único ofendido y perjudicado, y que, tal vez, pudiera guiarme, al expresarme de este modo, alguna pasión o mira particular. No, nada de eso, porque tú sabes muy bien -ya me conoces- que no soy capaz de tal proceder, sino porque allí está todo supeditado, desgraciadamente, a la influencia malsana de la más vil y corrompida de las voluntades, y pocos, muy pocos, son los que que no han sufrido las funestas consecuencias de las más ruines y bajas maquinaciones, en que allí se enmarcan los procederes …
Produce, realmente, sentimiento e indignación irrefrenables ver a todo un pueblo azotado ruda y cruelmente por los desvíos egoístas de una inteligencia inspirada en las mayores ruindades, y que, amparada y sostenida por la pusilánime sumisión de una masa inconsciente y dormida, abusa y reabusa de todos y de todo.
-Me horripilas, en verdad, con tu relato. Y … dime, chico: ¿en quién radica esa vil y abyecta voluntad, esa voluntad tan egoísta, tan ruin y miserable, esa alma digna de destruir, como se aplasta y destruye un insecto peligroso? …
-¿No lo adivinas? … Esa jerarquía despreciable, ese alma vacía de toda idea de engrandecimiento ajeno, de toda prosperidad social, en términos generales, es un personaje muy conocido.
-No caigo: ¿quién? …
-¿Que quién es? … ¡ES EL CACIQUE!
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 115-118. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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