jueves, 23 de octubre de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 42.

CASO DE TIMIDEZ.

Antes de llegar al pueblo, a donde había sido destinado, se conocía, por referencias del mejor origen, su fama de bonachón, de afable y de complaciente. Se ponderaba su gran amabilidad y condescendencia, comentándose favorablemente su encogimiento y timidez.

Hay un conocido refrán que dice: “De dinero y santidad, la mitad de la mitad”. Lo traemos a colación para manifestar que eso no rezaba con la persona a que nos referimos. Nuestro caso constituía la excepción de la regla, ya que si, refiriéndonos al mismo, hubo alguna exageración en la fama expresada, lo fue en el sentido de no reflejar toda la verdadera realidad.

Nuestro protagonista resultaba ser, sencillamente, una cosa así como la imagen de la sencillez; la representación genuina de la cortedad; la bondad enmarcada en una criatura: un verdadero alma de Dios.

Su huésped, que a su vez era su superior jerárquico, disfrutaba el concepto general de persona seria, de probidad acrisolada, muy formal y austera; pero al propio tiempo se conocía en la intimidad como de genio alegre, jubilón y placentero, con ciertos ribetes de epicúreo.

[De ambientación] Ambiente de una oficina a principios del siglo XX. Fuente: “momentodelpasado.blogspot.com”, diciembre 2020. 

Cuando conoció, por los informes recibidos, las cualidades de su nuevo subordinado, al que había de hospedar, prometió, en su tertulia privada, despabilarle, arrancándole su timidez y cortedad, así como en hacer todo lo dable para convertirlo, si no en bullanguero y decidor, por lo menos en sujeto que se adaptara, con más o menos justeza, al ambiente del prudente y circunspecto alborozo en que en sus lares se desenvolvía el vivir.

Y con esos propósitos preconcebidos, llegó, al fin, el pupilo y, aunque desde el primer momento se le abrieron las puertas de la buena amistad y completa confianza, jamás rebasó su conducta de lo que no fuera acceder, amable, a cuanto significara lo que los demás deseaban y pudiera serles útil y agradable.

No se había visto, efectivamente, persona más tímida, al propio tiempo que condescendiente y adaptable a todas las formas de la buena educación.

Ni porque la confianza fue ilimitada, ni porque se le invitó, con reiteración sincera, a obrar con toda libertad de acción, ni aún porque se le predicara con el ejemplo, rompió su cortedad.

Parco en la conversación, sobrio en la comida, comedido en sus procederes, no hubo confianza que lo sacara de su conducta, sujeta en absoluto a su genialidad, tan inalterable.

Puede asegurarse que le cuadraba perfectamente el aforismo de que “genio y figura hasta la sepultura”. 

[De ambientación] tertulia en el bar. Grabado en madera, mediados siglo XX. Fuente: “pamono.es”. 

Su idiosincrasia constituía, a no dudar, todo un carácter, en el sentido de limitación prudente y comedimiento exquisito, encerrados en el mayor recato y circunspección.

Su conducta, rara, fuera de lo común, si se quiere, pero ejemplarísima, dentro de su pudorosa cortedad y marcada timidez, en la que no había nada de pusilanimidad ni cobardía, hizo que se estrellaran todos los medios de que se valió la astucia y experiencia de su huésped, para conseguir lo que se había propuesto.

Apeló, ya confundido, hasta a la broma de carácter pesado, pero siempre con resultado negativo.

Cierto día, puso en práctica una de las que calificó como “señalada”.

Lo tuvo todo el día andando, en excursión campestre, y en constante ajetreo. Por la tarde y noche, lo lució, a sus anchas, en un baile organizado al efecto, como complemento de la excursión mañanera, haciendo que danzara en todas las invitaciones de antemano preparadas. Y ya bien de noche, no poco tarde, a fin de hacerle estallar, mandó que le quitaran una de las dos sábanas del lecho, doblando la que le dejaron, por la mitad, en figuración de que eran las dos ordinarias, observando los efectos por una mirilla adecuada.

El pupilo, a pesar de todo su cansancio y agotamiento físico, se acomodó en el lecho, encogido y molesto, lo mejor que pudo, y pasó así toda la noche, que debió ser toledana, puesto que, además de la postura inverosímil en que se tuviera que colocar, no le faltaron en toda ella músicas estruendosas, a manera de serenatas, que apenas le dejaron conciliar el sueño.

Pues … todo, también, en balde.

A la mañana siguiente, cuando se aguardaba su paciencia agotada, al preguntársele que qué tal había pasado la noche y si había descansado bien, cual necesitaba, contestó con toda su timidez característica:

-Bien, muy bien. He dormido y he descansado loo bastante. Gracias, muchas gracias, por vuestro marcado interés hacia mí, que tanto agradezco. 

*** Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 83_85. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940. 

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