LA
MULA BAYA.
Núñez,
aunque gitano de nacimiento y de honda ascendencia, no era errante ni
vagabundo. Tampoco era holgazán. Ni de esos ociosos que andan de un
lugar para otro, aprovechándose de todo cuanto encuentran y pueden
poner al alcance de su mano.
No
señor. Núñez
no era de esos. Por el contrario, tenía su domicilio fijo y ejercía
el oficio de chalán [1],
interviniendo
con maña y persuasiva en la compra-venta de caballos y bestias, en
una importante ciudad costera que, como él decía, con el donaire y
gracia sandunguera de muchos de los de su raza, tenía dos campiñas:
una, mansa o bravía, según los tiempos, y otra, a veces obediente,
siempre sumisa, que aguantaba todo lo que de ella se quería hacer.
La
primera, espléndida, de constante dadivosidad, ofrecía una y otra
vez, cosechas abundantes, sin necesidad de sembrarlas ni de
labrarlas; la segunda, sabía devolver lo sembrado, tras laboriosa
gestación y desarrollo, unas veces bien multiplicado, muchas veces
con escasez. Y en algunas ocasiones, ni devolviendo, siquiera, lo que
en su entraña se depositó.
Aquella,
cuando se mostraba sosegada, benigna y placentera, brindaba grata
apacibilidad, recreo y expansión al ánimo; cuando, por el
contrario, se sentía alborotada e iracunda, maltrataba o destruía
todo lo existente en su dominio. Ésta,
complaciente en la medida de las circunstancias, correspondiendo a la
demanda que se le hiciera; devolviendo más o menos multiplicado,
según se ha dicho, lo que amparara en su seno.

[Sólo a efecto de ambientación] El “rey de los gitanos” en
Granada, Chorrohumo. Fuente: “juangarciagitano.blogspot punto com”,
3 junio 2011, Juan
García Santiago.
La
primera campiña de la alusión de Núñez,
era el mar, con los encantos y embelesos de su gran serenidad; con el
grandioso espectáculo de sus tempestades; con sus plácidas o
inquietas y peligrosas navegaciones; con sus valiosísimas e
inagotables pescas.
La
segunda, era la auténtica tierra extensa, llana, feraz, circundada
de sierras y montañas, de bosques y arboledas, donadora de cosechas,
de frutos, de ganados, …
Una
y otra, manantial de riquezas, fuente de mantenimientos, vivero de
materias, sustancias y productos tan indispensables para la
existencia de la vida …
La
de Núñez
se desarrollaba tranquila y feliz, dentro de la modestia de sus
medios …, solamente
en las épocas de
mayor movimiento comercial e industrial.
El
vivir de Núñez
puede decirse que se desenvolvía en razón directa con las
estaciones del año.
Como
en la vida animal y vegetal, comenzaba a cobrar movimiento y acción,
con la Primavera. En los meses de abril y mayo, comenzaban las ferias
y mercados de ganado, y, con ellos, los intercambios y transacciones
con que Núñez
percibía los primeros ingresos interesantes de su profesión.
Durante
el Verano, las recolecciones y abundantes pescas, acentuaban la vida
comercial, industrial y mercantil del territorio, y este incremento
de negocios, repercutiendo lógicamente en la residencia habitual de
Núñez,
daba multiplicidad vigorosa a las intervenciones de Núñez,
que se nutría y nutría físicamente a los suyos, reparando los
desgastes vitales sufridos en las escaseces y privaciones del
Invierno; cobraba nuevas fuerzas y energías, que aumentaban el
caudal de las chilindrinas [2]
convincentes
que le sugería su cacumen, y daban entrada en su bolsa, aunque no la
llenaran, al estipendio logrado en los ajustes, cambios y ventas en
que Núñez
mediaba o intervenía.
El
Otoño … El Otoño no era tampoco malo para la profesión de
nuestro gitano. El Otoño, para Núñez,
era todavía mejor que la Primavera. En el Otoño se registraban,
aún, grandes y copiosas pescas, con sus grandes y pequeños
transportes de pescado fresco y en conserva; se recogían las
cosechas más tardías: uvas, melones, patatas, naranjas, aceitunas,
… y se preparaban las provisiones de pienso de ganado de montanera
y de caballerías de servicios varios, para arrostrar los rigores
del Invierno, con sus escaseces, con la carencia de tantas cosas
precisas y con la terrible agonía del vivir pueblerino.

[Sólo a efecto de ambientación] La
feria de ganados del Corpus. Fuente: “granadablogs punto com”, 9
junio 2012, Amalia
Martínez Badía, El
Ideal de Granada.
¡El
Invierno! … La sola enunciación del nombre ponía escalofríos de
espanto en el flaco y macilento rostro de nuestro gitano, que le
temía tanto como a una larga enfermedad.
El
Invierno, para Núñez
y para los suyos, significaba hambre y frío. Los negocios se
paralizaban; nadie cambiaba ni vendía. Nada había qué intervenir,
y como en casa de Núñez
escaseaban los ingresos, por no decir que no se registraba ninguno,
mientras que la necesidad de atender a la viña era mayor que en los
de más tiempos, llegar para esta familia el Invierno, venía a ser
carecer de elementos para la conservación del vivir, sufrimientos
acentuados, que rayaban en el martirio, y falta continuada de
alimentos, que hacía desfallecer a aquellos infelices.
Había,
además, otra circunstancia que empeoraba su situación. Ninguno de
los inviernos que había soportado Núñez
se presentaba tan cruel y despiadado como el del año de nuestra
narración. Era ya el colmo de la medida.
Esas
fueron las causas que impulsaron a Núñez
a borrar con una sola acción los prestigiosos profesionales de su
larga vida.
¡Si
el año no tuviera Invierno! … Pero … ¡El frío! … ¡El
hambre! … ¡Qué malos y terribles consejeros! …
En
los comienzos del precedente Otoño, se había presentado la ocasión
a uno de los dos propietarios más ricos de la ciudad, de adquirir,
por mediación de Núñez,
que en ello se ganó un buen corretaje, una mula de color blanco
amarillento, casi acaramelado, preciosos tipo de hibridad fuera de lo
común, de excelente condición y singular presencia.
El
pudiente la adquirió, complacido, para lucirla en su coche de paseo
y despertar, con la curiosidad de vecinos y extraños, la admiración
de unos y otros, y hasta -¿por qué no consignarlo?- el pesar del
bien ajeno, que suponía sentir en el colega de riqueza local
aludido, juzgando otro corazón por el propio.
La
compró, repetimos, y la mandó a su mejor cortijo, con el propio
Núñez,
intermediario, como hemos dejado consignado, en la adquisición.
La
mula baya dio que hablar en la población un poco de tiempo. La
vistosidad y bonita presencia del cuadrúpedo, la rareza de su color,
su sanidad, su viveza y docilidad, con el precio extraordinario que
por ella se pagara, fueron motivo de conversaciones y comentarios
populares, durante varias fechas seguidas, en la población.
Después,
nada. Otras actualidades borraron aquella, y ya nadie volvió a
moverla más.
Eso
de que nadie la moviera más no fue así, no señor. Núñez
volvió a pensar en la mula baya y a nombrarla y a removerla una y
otra vez, en las tribulaciones de su desesperación.
-La
mula baya -pensaba Núñez
en las duras torturas de sus repetidos insomnios-, la mula baya era
mi salvación y la de estas criaturas -añadía, aludiendo a su mujer
y a los cinco churumbeles que Dios, tan pródigo en todo, le llevaba
ya concedidos.
-”Por
la familia debe sacrificarse todo”- había escuchado a muchos que
sabían de esas cosas mucho más que él.
-”La
atenciones familiares, el cuidado y vigilancia del hogar -prosiguió
Núñez,
in menti, aunando en estos recuerdos lo que había oído a un famoso
predicador- es uno de los deberes primordiales del buen esposo”.
Algunas
otra máximas relativas a los deberes familiares acudían a su
recuerdo, provocando en su ánimo hondas meditaciones, ahuyentadoras
de su sueño.
Por
fin, cuajó en su meollo una resolución. Que él tuviera hambre y
frío, bien podía pasar. Todos los inviernos, unos más, otros
menos, los había aguantado sin gran detrimento de su físico. Hambre
pasajera que aguarda hartura, no es de morir. Pero que su mujer y sus
cinco pequeñuelos apenas tuvieran con qué cobijarse y se pasaran
días y días alimentándose únicamente con unos mendrugos duros y
sobrantes de otra mesas demasiado repletas … Eso, ni estaba bien
dispuesto, ni podía proseguir. No, señor. Y si para eso se
necesitaban energías, astucia y resolución, ¿para que le había
concedido el Supremo Hacedor aquel cerebro, cuyas ocurrencias tanto
se habían celebrado en las oportunas ocasiones?

[Sólo a efecto de ambientación] Parte
de una familia de etnia gitana. Fuente: “Sobre el pueblo gitano y
el genocidio: Caín y Abel en el Antropoceno”, 26 marzo 2020, Julie
Wark
y Daniel
Raventós;
“sinpermiso punto info”.
Manos
a la obra del plan que había madurado en su cerebro, y, a salvarse,
por el pronto. Después, Dios Todopoderoso, dispondría.
Y,
en efecto, antes de que el día derramara sus primeras luces aquella
parte de la tierra, habló quedo con la madre de sus hijos y,
deslizándose suavemente por el terregal aplastado que servía de
pavimento al cuchitril en que habitaba, para no despertar a la prole,
salió decidido a poner en práctica el medio pensado como seguro, de
su salvación colectiva.
Caminando
a paso precipitado, para, con la reacción del mayor ejercicio,
combatir los efectos de la baja temperatura reinante, que atería sus
miembros, llegó al cortijo en que, meses atrás, había dejado la
mula baya de sus preocupaciones. Habló con el casero, con quien
desayunó pan y tocino cortijeros, que tan bien entonaron su
desfallecido estómago, y, luego de una plática acaramelada, de
aquellas en que Núñez
revelaba la persuasiva de su ingenio, volvió a la ciudad, caballero
en la mula baya de sus ensueños, más gorda, más bonita, de mejor
presencia y más atractiva, casi desconocida, por el esmerado cuido
con que se le venía tratando.
Puesto
de acuerdo con su compadre, a quien engatusó para su asunto, con su
labia interesante, se presentó ante la casa del labrador a quien se
la había vendido, poniéndola como nuevo ejemplar que emparejaría
admirablemente con el primero, y sacando de los recovecos de su
intelecto toda la argucia de que era capaz, todas las frases de su
singular ingenio y todo el poder convincente que le prestaba la
necesidad apremiante a que obedecía, ilusionó tan admirablemente
bien a su víctima, que la hizo entrar por el aro del habilísimo y
atrevido lazo en que se le cazaba, y pagó todo el precio que
lógicamente se le exigía por aquel supuesto segundo ejemplar.
Cerrado
el trato y percibido su importe, devolvió Núñez
la mula baya al cortijo de que procedía, y caminando aquella noche
con su familia hacia tierras donde el vivir les fuera ya menos duro,
antes de que pudiera descubrirse la reciente superchería cometida,
pensaba Núñez,
en descargo de las imputaciones de su conciencia:
-Para
obtener el agua que nos es tan necesaria, hay que ir por ella a la
fuente y cogerla en cualquier clase de vasija. Sin agua no se puede
vivir y sin vasija tampoco se puede recoger. Mi mujer y mis hijos
necesitan imperiosamente abrigo y alimento. Lo indispensable para no
perecer de hambre y de frío. El medio de que me ha valido para
conseguirlo no es precisamente vasija de cristal fino y transparente;
pero si no bebiéramos agua nada más que en ánforas de plata …,
ni hubiera hambre, ni hubiera frío.

[Sólo a efecto de ambientación] Mula
baya española de Benalup, en venta, 17 años. Fuente: “ehorses
punto es”, 12 diciembre 2024.
Mas
la absurda teoría no le salió bien esta vez a Núñez.
Las
malas acciones jamás tienen justificación aceptable y raras veces
escapan sin su merecido.
A
la entrada del primer pueblo a que llegaron Núñez
y sus familiares, fueron detenidos e interrogados por una pareja de
la Guardia Civil del servicio de carreteras, logrando Núñez
salir provisionalmente de la férula de la misma, con la condición
expresa de tenerse que presentar diariamente en la casa-cuartel de
las fuerzas, todas las tardes, hasta aclarar bien la personalidad y
objeto de su viaje.
¡Adiós
ilusiones y propósitos del gitanete! ¿Cómo salvar la situación,
tan difícil como merecida?
Núñez,
creyente antes que truhán y malvado, se refugió en la confesión.
Entregó el producto de su rapiña al confesor, a quien enteró de
todo el proceso de su baja fechoría, recibiendo con la absolución
del mismo -perdón de Dios por su culpa- la tranquilidad de
conciencia que le faltaba.
Y
cuentan los antiguos paisanos de Núñez,
que mientras el mismo y su compadre y coautor del delito purgaban en
la cárcel el cometido, su mujer y los chiquillos encontraron
colocación adecuada en la misma casa del labrador estafado, que
pagaba de esa manera el disfavor recibido, y que cuando la familia le
visitaba en la Prisión del Partido, obsequiándole y consolándole
con los medios que el estafado le proporcionaba, Núñez,
arrepentido y contrito, elevaba al Cielo la mirada y decía, como
hablando consigo mismo:
-Dios
es grande, muy grande. ¡Bendita sea mil veces la Divina Bondad!
Notas:
[1]
Chalán.- Que trata en compras y ventas, especialmente de caballos y
otras bestias, y tiene para ello maña y persuasiva. Fuente: RAE.
[2]
Chilindrina.- Cosa de poca importancia. / Anécdota ligera, equívoco
picante, chiste para amenizar la conversación. Fuente: RAE.
*** Fuente:
“AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y
chascarrillos”, por Luis
Briceño Ramírez,
p.p. 33-38.
Primera edición, Gráficas Morales, Jaén,
1.940.