ONOMÁSTICA
IMPENSADA.
Cuando
la señora, impaciente ya con la tardanza de su esposo, sintió los
pasos del mismo, cuyo sonido le era tan conocido, suspiró de
satisfacción y salió, ansiosa, a recibirlo. Mas notando cómo iba
de barro y que llegaba sudoroso y fatigado, se llevó instintivamente
la mano hasta muy cerca de la sien derecha, y le dijo, medio riendo,
medio en serio y un tanto inquieta:
-¡Huy,
cómo vienes, querido! … Pero, hombre, ¿qué es eso? … ¿Dónde
te has metido? … ¿Qué te ha pasado? … ¡Si parece, enteramente,
que hubieras estado de despesca! … ¡Cuanto barro! … ¡Y
sudoroso! … ¡Y cansado! …
Él,
malhumorado y dudando entre sonreir, como siempre, o estallar, como
nunca, bastante nervioso, pasó a su gabinete, donde comenzó a
desnudarse, mandando preparar un baño templado.
Ella
insistía, amable y optimista, casi riendo:
-Pero,
hombre, habla. Hablando se desahoga uno. Vamos a ver, cuenta, ¿qué
te ha pasado?

[Ambientación] Vista de
Conil en los años 20-30 del siglo pasado, con el río Salado
discurriendo por delante de la población, separándola de la playa y
que estaba al albur de las mareas, según nuestro protagonista pudo
comprobar. Fuente: Colección particular Scard Bermos,
Juan Bermúdez.
Él,
luego de reflexionar unos instantes, habló, por fin, en son de
desahogo íntimo:
-Pues
nada. El señor cura párroco, famoso, me ha puesto en ridículo.
-¿El
señor cura, dices! … Ese buen señor que nos han presentado como
casi paisano, tan correcto, tan formal, tan amable, tan simpático,
tan bondadoso, tan respetable …
-Sí,
querida. Todo lo bueno y lo respetable que quieras, pero lo que es
particularmente vale la pena de corresponderle debidamente.
-Pero,
¿qué estás diciendo? ¿Venganzas para con un señor sacerdote tan
austero y de tal representación? Tú estás nervioso, hombre. Yo no
te entiendo.
-Pues
escucha y me entenderás. Cuando esta mañana pasaba yo por delante
de la iglesia parroquial -prosiguió el esposo- salía el señor cura
párroco que, luego de saludarme con toda afabilidad, me invitó a
dar un paseo, aprovechando las excelencias del tiempo y de la
temperatura, deliciosos por cierto. Nos dirigimos insensiblemente
hacia la incomparable playa de la población, la más extensa, la más
hermosa, la más limpia de todas las que conozco. La marea estaba muy
baja y pasamos el Salado a pie seco, sin ninguna dificultad. Luego
nos dirigimos hacia la orilla del mar, sugestivamente bello y sereno,
como un lago inmenso. Allí me habló del naufragio de una goleta,
cuyo maderamen se dibujaba en la superficie arenosa … Su palabra
elocuente, pintoresca y cautivadora, se deslizaba amena, suave,
sencilla, consumiendo el tiempo, que pasaba veloz, sin darnos cuenta
de ello. De pronto se apercibió el señor cura de que la marea
crecía, y de que crecía amenazando con no dejarnos repasar el río
en muchas horas. Volvimos a desandar lo anteriormente andado, algo
precipitados. En el corto trayecto que nos separaba de la pasada del
Salado, que utilizamos antes, a pie, me habló de la celebración del
Santo de su madre, especialmente por la tarde, invitándonos a la
reunión que tenía convocada en casa, para celebrarlo …

[Ambientación] Otra
panorámica de Conil, pero en 1973. Fuente: Colección
particular Scard
Bermos,
Juan Bermúdez.
Inmediato
a la pasada del riachuelo -continuó el esposo relatante- había un
pescador de tarraya o esparabel. Lo llamó y acudió, solícito, a
pasarnos el río, en sus lomos. Como era lógico y primordial deber
de cortesía, pasó él primero. El río se había extendido, y
aunque la profundidad no era mucha, había mucho que andar. Pasaron,
por fin, y desde allá lejos, en la orilla opuesta, hicieron unas
señas, que no entendí, y se marcharon hacia la población,
repitiendo alguna que otra vez las señas para mí ininteligibles.
Entonces, como mejor medida, adopté la de seguir la orilla
ascendente del riachuelo, hasta dar con la carretera, por la que
atravesé, viniéndome desde allá lejos directamente a casa. Ha sido
una caminata larga y pesada, tan pesada como la broma de ese señor,
que se ha tomado una confianza excesiva y prematura.
-Por
Dios, marido -arguyó la esposa, luego de escuchar con toda atención
el largo discurso del cónyuge-. No tomes las cosas por el peor de
sus aspectos. Esas señas que no has entendido, serían, sin duda,
explicación de imposibilidades, excusas de algo imprevisto que no
debemos prejuzgar.
-O
justificaciones de su chanza; de una acción ejecutada a sabiendas,
para ponerme en ridículo y reirse, luego, a mi costa.
-No
seas mal intencionado, hombre. ¿Por qué pensar mal de un señor de
tan buena fama?
-Fama
de burlador, que todo se va sabiendo; de recreador del ingenio propio
y del ajeno.
-¡Hombre,
por Dios que te escucha …!
-O
que le escucha a él para demostración de su fino ingenio …
-¡Jesús,
María y José! Eres atrozmente severo en tus juicios. Ese concepto
es durísimo. Para mí llega a la categoría de blasfemia …
-Soy
como Dios me ha criado.

[Ambientación] Restos de
la goleta, quizás los mismos que se mencionan en esta narración.
Fuente: Facebook Isabel Sánchez Canto,
7 septiembre 2020.
Bien.
Dios te perdone, como yo te perdono en nombre de Él y del acusado
ausente.
Pasó
el diálogo conyugal, como pasó, algo después, el mal humor y
nerviosismo del esposo.
Llegada
la tarde y con ella la serenidad de ánimo y la hora de la
invitación, se presentó el matrimonio en la casa del señor cura
párroco, donde le recibió la madre del mismo, con toda la
delicadeza exquisita y cortesía de la educación más refinada.
Estaban
solos y se habló de todo, ibcluso de la broma de por la mañana,
sacada a colación precisamente por la victima. La madre excusó,
como era natural, aquella ligereza, quizá travesura, muy propia del
genio vivo y agudo de su hijo, que tal vez tuviera razones
justificadas de su proceder …
El
visitante, alentado por la sinceridad y exquisita corrección de la
visitada, quiso poner punto final al asunto, con la siguiente
manifestación:
-Yo,
señora, soy claro y sincero. Esta mañana, la verdad, no sabía qué
alcance dar a la acción referida. Desde luego, tratándose de quien
se trataba, no le hubiese dado importancia, porque a esas cosas, o
hay que darle mucha, toda la que tengan, o ninguna. Finalmente he
optado por este último, y la prueba concluyente de ello es que,
olvidándolo todo; más bien, dándolo como no sucedido, hemos
acudido, accediendo a la invitación que su hijo nos hiciera, a
felicitarla en su fiesta onomástica, pasando con usted este ratito,
que nos va resultando tan grato como agradable.

[Ambientación] Pescador
haciendo uso de la atarraya o esparavel, Fuente: Antonio
Leal,
8 octubre 2019.
La
madre, que era tan chuscona como el hijo; pero que, oliéndose la
partida, trató de disimular, prorrumpiendo:
-¡Y
es verdad! … ¡Se me había olvidado! … Mi nombre es María
Josefa, aunque no se me conoce más que por Josefa, y en San José es
cuando recibo las invitaciones y las visitas, obligándome ello a
celebrar dos onomásticas, la de San José y la de hoy, que es el
Dulce Nombre de María. Dispensen un momento: voy a dar las órdenes
de que traigan pastas y licores.
Cuya
orden pudo darla sin moverse de donde estaba; pero tuvo que
ausentarse un rato para dar desahogo a los arrechuchos de risa que no
podía contener, pensando en las chuscadas de su hijo.
Fuente:
“AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y
chascarrillos”, por Luis
Briceño Ramírez,
p.p. 25-28.
Primera edición, Gráficas Morales, Jaén,
1.940.