LEPRA SOCIAL.
El tiempo se deslizaba sosegado, esplendoroso, magnífico.
La tarde se presentaba apacible, placentera, admirable.
La temperatura era excelente, deliciosa, agradabilísima.
El día parecía como una manifestación esplendente de la Naturaleza en plena exhuberancia de galas primaverales.
Había necesidad de aprovechar tan favorables circunstancias para expansionar un poco el ánimo; era lógico en extremo aceptar tan propicia ocasión para solazar el espíritu unas horas. Nada más natural que procurar algún alivio y placer al cuerpo; un poco de consuelo y esparcimiento al alma. Pasear con tales atracciones, equivalía a obtener un sedante moral; a conseguir un calmante material. Se imponía, pues, la conveniencia de abandonar accidentalmente el domicilio y … PASEAR.
¡Qué delicia, para el que siempre está en casa, salir un buen día al campo, a respirar aire puro, a pleno pulmón! …
Y resultaba tan general y tentadora la ocasión que, sin necesidad de previo acuerdo, todos la aprovechaban, lanzándose infinidad de familias a paseo, hasta el punto de que, pasadas las primeras horas del mediodía, la animación por calles y vías públicas era más que regular, viéndose los paseos y jardines, y hasta los alrededores de la población, animados en extremo y concurridísimos.
Entre las numerosísimas personas que acudían a jardines y paseos, a aliviar el cuerpo y sanear el espíritu, figuraba un dignísimo PROFESOR de un colegio de primera y segunda enseñanzas, a quien se tenía en el pueblo un cariño y un respeto que rayaban en veneración.
[Al solo efecto de ambientación] Paseando por la calle San Sebastián, hacia 1945, … Colección particular Dolores Pérez. Fuente: “Conil en la Memoria”, p. 73, 2004.
Esta respetable personalidad -padre espiritual de varias generaciones- no iba esta vez sola: le acompañaban algunos de sus discípulos predilectos, con quienes le agradaba departir, para inculcarles los sanos principios de prevención y enseñanza que tan fácilmente sabía deducir de todas las cosas.
El grupo de personas a que nos referimos, marchaba por la derecha de una de las vías públicas que conducían a los alrededores, pintorescos y sugestivos, de la población.
En sentido contrario al de su dirección, caminaba un señor de aspecto poco simpático, astroso y estrafalario, que, al enfrentarse con nuestro grupo, lejos de saludar, como lo hiciera la mayoría de los transeuntes, rindiendo debido testimonio de afecto y consideración a personalidad tan destacada, o, cuando menos, ceder la acera a quienes con tan legítimo derecho, por llevar la derecha, les pertenecía, codeó impertérrito y soberbio a sus componentes, a algunos de los cuales hizo rozar pronunciadamente su desastrada vestimenta, llevando momentáneamente al ánimo del interesado la inquietud del desmejoramiento de su ropa dominguera, que vestía, limpia y reluciente como el pensamiento de la primera juventud.
Tal desconsideración e inurbanidad, llenó de justa extrañeza e indignación a cuantos de ella se dieron cuenta, y, en especial, a los discípulos de nuestra referencia, uno de los cuales, en la fogosidad juvenil de su enfado, exclamó con vehemencia:
-¡Qué estúpido! … ¿Quién será ese tío? …
Exclamación y pregunta a las que, con la prudencia y dominio de las cosas, que tanto le caracterizaban, quiso contestar el PROFESOR en la siguiente forma:
-En la sociedad, abstractamente considerada, en ese conjunto tan numeroso de personas -vastísima pluralidad de seres inteligentes- que se agrupan en corporaciones mutuas, para cumplir los fines del vivir, existen, como obra humana, del propio hombre, muchas insuficiencias e imperfecciones.
[Al solo efecto de ambientación] “El prestamista y su esposa”, 1514, del artista flamenco Quentin Massys. Fuente: “realestatemarket.com.mx”.
De ahí, continuó, el que, entre sus componentes, haya de todo, como en los grandes jardines hay de todas las flores y en extensa pradera, de todas las hierbas.
No importa, pues, que algunos hombres, por perversión moral, por ignorancia o por olvido de ciertos principios, aparezcan profesando reglas fundamentalmente distintas que los demás, que requieran o exijan, para ser cambiadas, una profunda reeducación, basada en la instrucción moral y material.
El caso de ese señor, cuya conducta reciente habéis presenciado y oído condenar, es mucho más grave e importante. Es sencillamente una aberración, un extravío, un desorden, dentro de la regla común: constituye realmente una de las excepciones de la generalidad.
En su excesivo e inmoderado apego o cariño a sí mismo, y a su propio interés, íntimamente ligado a su desordenado afán de adquirir y poseer, no repara en medios ni en procedimientos.
Lo mismo se aprovecha de la indigencia del que cae en sus redes -como dice don Antolín López Peláez[1]-, para exprimirlo, que de la necesidad del que tiene que trabajar, para imponerle un salario caprichoso que redunde en su beneficio, aunque no guarde proporción de ninguna clase con el servicio que lo origine.
Lo mismo vende o presta al crédito, tras combinaciones de intereses hábilmente disimulados, que descuenta comisiones desmesuradas, encubiertas en la astucia disfrazada de buena intención.
Es la perfección de la artimaña, para desfigurar la práctica constante de la iniquidad.
Es el reclamo engañoso, la atracción de ganancias y productos, tras el más perfeccionado arte de la falacia.
Es el terrible dogal que oprime despiadadamente el cuello de la víctima, para chuparle la sangre y aprovecharla sin desperdicios.
[Al solo efecto de ambientación] “Los usureros”, de Marinus van Roejmerswaelen. Museo Stibbert, Florence, Italy. Fuente: “meisterdrucke.es”.
Es la palpable realidad de una LEPRA SOCIAL, de funestísimas consecuencias, y de la que hay que huir como se huye de la peste infecciosa, como se huye del más terrible de los enemigos …
-¿Cómo se llama, señor PROFESOR? -preguntó, nerviosos y aterrado el discípulo que en sus ropas tuvo roces con la del aludido.
-Se llama … -respondió el PROFESOR con solemne expresión- oidlo bien: se llama ¡UN USURERO! … ¡Un hijo de la USURA!, de la que dijo el ilustre sociólogo don Eduardo Dato Iradier[2]: «Desde Roma, por no remontar más allá el curso de la historia, viene la sociedad en lucha con la USURA, perseguida por la legislación medieval y moderna, y secundada enérgicamente por la Iglesia en sus anatemas. Burló la ley, se mofó de la amenaza canónica y, ¡oh, ironía singular!, mientras la ley alfonsina negaba sepultura al usurero que en trance de muerte no confesaba su pecado, ella, implacable, ha conseguido llevar a la fosa de la derogación la tasa del interés, y bien puede enorgullecerse de que el sol no se ponga nunca en sus dominios.»
-En realidad -agregó, por último, el PROFESOR- la USURA y sus usadores resultan una verdadera plaga social, muy difícil de extinguir, y de la cual hay que procurar huir y separarse, lo mismo que se huye, y se procura evitar, a toda costa, de cualquier grave peligro que amenace seriamente nuestra hacienda o nuestra propia existencia.
¡Guay del que caiga, aprehendido, en los tentáculos de la USURA! … “»
NOTAS DEL TRANSCRIPTOR: [1] Antolín López Peláez (Manzanal del Puerto, León, 31 agosto 1866 – Madrid, 22 diciembre 1918).- Canónigo, obispo, predicador real, capellán de honor, escritor. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/26353-antolin-lopez-pelaez Fuente: Real Academia de la Historia. // [2] Eduardo Dato e Iradier (La Coruña, 12 agosto 1856 – Madrid, 8 marzo 1921).- Abogado y político español, varias veces ministro y presidente del Consejo de Ministros durante el periodo de la restauración (1874-1931). https://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_Dato Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre.
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 129-134. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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