SUEÑO DE … ORO.
Hay un refrán, arrancado, sin duda, de la general experiencia, que dice: «Tras la tempestad viene la calma».
Y, en efecto, después de varios días de abundante lluvia, con viento nada flojo, se habían presentado otros que se deslizaban deliciosos, brindadores de hermosura natural.
El temporal había sido mucho más intenso en el mar que en la tierra. En ésta, apenas si había pasado de unos cuantos días de lluvias, más o menos copiosa, y de viento, más o menos fuerte, frío y huracanado. En el mar, no. En el mar había revestido todas las características de una verdadera tempestad, con su secuela de destrozo de redes, pérdida de embarcaciones y paralización incalculable de las faenas pesqueras, con su cohorte de penalidades para los profesionales.
¡Y menos mal que no hubo que lamentar, como otras muchas veces, desgracias personales! …
La aguda intuición del pescador, para prever la tempestad, le hizo adoptar precauciones que que evitaron mucho mal. Pero fueron insuficientes. El cálculo de las perspicacia marítima no alcanzó esta vez a medir el alcance de aquel temporal.
Contribuyeron, sin duda, a determinar el error, la altura del tiempo, ya primaveral, y la confusión de las características del barrunto, que no dieron base para calcular mejor el rápido desarrollo de la perturbación atmosférica, ni su gran violencia e impetuosidad.
De ahí el que fueran más los daños y mayores los perjuicios que acarreó.
Y es, también, que a tan humilde como laboriosa y sufrida clase social, parece que la persigue siempre la fatalidad. Cuando no es por una cosa es por otra. Lo cierto es que cuando no paga con su propia vida el escaso fruto de su azaroso y tantas veces inhumano trabajo, la desgasta inútilmente, sufriendo el estrago silenciosos de sus constantes penalidades, escaseces y privaciones …
[Ambientación] Calle Ortega y Gasset, hacia 1958. Colección particular Juan Bermúdez. Fuente: “Conil en la Memoria”, p. 65, 2004.
Tras de aquella extemporánea tempestad, vino, también, como antes se dijo, la calma.
A los referidos días de lluvia, frío y viento, con relámpagos y truenos, sucedieron otros de calma chicha y sol esplendoroso, tonificante y regenerador.
En el mar no había aún nada que hacer. Quedaba cierta turbulencia y mar de leva. Era necesario aguardar que se aquietara hasta lo ordinario, y que se aclararan sus aguas, para hacer posible la captura de peces.
En tierra no sucedían las cosas así. Disipadas las nubes, moderado el viento y oreándose con toda prontitud el terreno, podían reanudarse muchas faenas e iniciarse otras.
El obrero agrícola, aunque humilde y misérrimo, en términos generales, como el pescador, posee más estabilidad en sus funciones. Sus trabajos son más regulares y seguros.
Muchos obreros agrícolas habían encontrado, de seguida, nueva colocación, donde recomenzaban a trabajar.
Los de empleo fijo -encargados, capataces, manijeros, etc.- se reintegraban a sus quehaceres habituales, salvando, así, su económica situación.
Entre éstos se encontraba, precisamente, el protagonista de nuestra narración: un chaval sano, fornido y mofletudo, que servía a las inmediatas órdenes de un cercano pariente, capataz de una de las haciendas mejores productoras del término municipal, situado en alta planicie, no lejana de una de las mejores playas del litoral andaluz.
A la sazón acarreaba estiércoles, para abono de los terrenos de la finca a cargo de su tío.
El camino más directo a la finca era la playa, que recorría distintas veces, en las idas y vueltas de la faena, cada uno de aquellos días.
Durante el paso por la misma, observaba los estragos causados por el último temporal en la costa baja y arenosa, de la que había barrido gran cantidad de arena suelta, dejando al descubierto piedras y riscos en toda abundancia.
[Ambientación] Litoral de Conil el 19 de marzo de 2011. Fuente: Rafael Coca López.
Por su imaginación desfilaban, al contemplar los desgalgaderos que formaban los pedregales desprovistos de la arena que normalmente los cubría, todas las figuras y circunstancias de aquellos cuentos y narraciones que había escuchado cuando era niño, de labios de su abuelito, en las largas veladas invernales.
La idea, que entonces se arraigó más en su mente, fue la de aquellos barcos piratas que, huyendo de la seria persecución de que eran objeto, embistieron en la arena de aquellas orillas, precisamente en aquellas inmediaciones costeras, abarrotadas, según la leyenda, de tesoros sin cuentos, gran parte de los cuales habían ocultado, enterrándolos bajo las arenas de la costa baja, hasta mejor ocasión.
Este recuerdo, espoleando el egoísmo de sus deseos, le hacía escudriñar por los intersticios, sinuosidades y recovecos que formaban los riscos y pedregales de la costa, en su conjunción con la playa, larga y estrecha como el camino de sus ambiciones …
Harto de caminar, y del pesado trabajo extraordinario de aquellos días, se durmió profundamente nuestro protagonista, la última noche de los días de aquella tarea.
Esta vez no fue su sueño tan tranquilo, sosegado y reparador como de ordinario. Por el contrario, fue aquél, aunque intenso, profundo, un sueño violento, agitado, intranquilo y tan inquieto que llegó hasta a llamar la atención de sus familiares, que no sabiendo a qué achacarlo, lo atribuyeron, a la nerviosidad que provocan los vientos de Levante, en aquellos parajes andaluces, especialmente cuando soplan flojos.
Nuestro joven, pues, durmió con algún trabajo, preocupado sin duda por la obsesión que embargaba de lleno su pensamiento, y soñó: su sueño fue un sueño de … oro.
Soñó, en efecto, que caminaba, como en los referidos días, por la angosta y estrecha playa que conducía a la finca en que servía, tras la recua mulo-borriquil que guiaba, fijándose, cual siempre hacía, en los desgalgaderos de la costa, junto a los predregales que, como base del pronunciado declive, limitaban los altos del terreno de labrantío, cuando en el amplio intersticio, semi horizontal, que formaban unos peñascos de regular tamaño, halló el tesoro cuya posesión había torturado tanto y tanto tiempo su imaginación.
[Ambientación] Playas del Roqueo y la Fontanilla después de un temporal invernal. Fuente: Rafael Coca López, enero 2010.
Rubias peluconas se mezclaban entre sortijas y joyas cuajadas de pedrería, que no sabía distinguir, pero cuyos destellos y cuantía asombraban su mollera.
Allí estaba el tesoro tan deseado. Ante sí tenía, contemplándolo y palpándolo con escalofrío de felicidad, lo que tanto y con tanto afán había anhelado.
Una … diez … cien …
No pudo contarlas. Tampoco pudo darse cuenta exacta de las que puso en sus faltriqueras … Con la propia avidez del más avaro, tomó y guardó; pero … sus bolsillos resultaban más que insuficientes para contener todo aquello …
-¿Qué hacer? -pensaba, nerviosos e indeciso.
Las caballerías se habían alejado demasiado: retorcían ya la vereda cercana a la heredad de su destino. No resultaba prudente volverlas atrás de su camino, sin exponerse a llamar la atención …
-¿Qué hacer? … ¿Qué hacer? -repetía incesantemente, irresoluto, indeciso.
Por fin encontró una solución.
¿Qué necesitado no la encuentra, sea como sea, en caso de apuro apremiante?
Retiraba, por el pronto, cuanto contenían ya sus bolsillos, y cubría el resto, con arena, bien disimulado, también, hasta mejor ocasión. Pero … ¿y la señal? … ¿Cómo conocer y distinguir, con acierto y prontitud, para evitar posibles sorpresas, el sitio exacto donde quedaba lo mejor de su ilusión? …
Nuevo conflicto, también apremiante, que llegó, igualmente a solucionar favorablemente. Esta vez sí que su imaginación, pródiga, despierta y privilegiada, le obsequiaba con un medio inconfundible.
Rellenaba lo mejor de su tesoro, cubriéndolo, desde luego, con arena, acarreada prontamente, en un santiamén, de la orilla. Ponía, después, una piedra de las más llanas, sobre ella y en la misma posaba una materia allí inconfundible, que serviría hasta para que se apartara de aquel lugar cualquier otro curiosos observador …
Y poniendo manos a la obra, se desabrochó parte de sus ropas y … depositó en la piedra de referencia la materia nauseabunda en que su imaginación pensó.
La impresión que produjo en su ánimo el esfuerzo realizado, para que tuviera lugar la función fisiológica a que obligó a su organismo, le despertó y … ¡oh realidad palpable, terrible y desconsoladora! …
[Ambientación] El sueño del tesoro pirata en la playa. Fuente: “etsy.com”, juego del niño pirata.
Su sorpresa llegó al paroxismo, a la estupefacción.
La primera parte de su sueño, fue un mero sueño de … oro. La segunda … la segunda fue pura y tangible realidad.
*** Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 151-157. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.