jueves, 18 de diciembre de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 46.

DE QUINTO A COMANDANTE.

Zacarías Pérez era, a la sazón, quinto del último reemplazo incorporado a filas. Llevaba sólo unos cuantos días en el cuartel.

Hijo de padres rústicos, aunque en cierto modo acomodados, nunca había salido del lugar donde se extendían las tierras arrendadas por sus progenitores, con los que aprendió a labrarlas y explotarlas, como ellos, con sus propias manos.

Zacarías era simplón y rudote, pero honrado y estimable. No sabía leer ni escribir, pero conocía el valor del dinero, porque había aprendido a ganarlo con el esfuerzo de su trabajo personal. Tampoco era roñoso, pero era económico y prudente en los gastos e inversiones. Amaba el interés, pero sin avaricia. Gastaba lo preciso, pero jamás había despilfarrado ni un sólo céntimo. No era adinerado, pero poseía algunos ahorrillos, reunidos por carecer de vicios de todas clases.

Cuando llegó al cuartel comenzó a deslizarse, pues, sin más contratiempo que el cansancio natural de la instrucción y el lógico resquemorcillo de la nostalgia y la extrañeza del nuevo modo de vivir.

Una mañana, al disponerse a formar para su salida al aprendizaje de la instrucción, notó con el consiguiente sobresalto que le faltaba el gorro con que había de cubrirse. Buscólo con interés y sin resultado, y considerando las consecuencias que por ello podrían sobrevenirle, acudió con la cuita al sargento que lo llamaba a formación, el que le dijo, sin apenas escucharlo:

-Pues a “pintar” uno y … vivo.

Y he aquí la segunda tribulación de nuestro hombre.

-Pintar uno -pensaba-. Y eso, ¿qué será? -continuaba-. ¿Cómo se pinta un gorro que sirva? …

[Solo de ambientación] Fotografía antigua de un soldado español del Regimiento de Infantería Guadalajara No.20. Fuente: “todocoleccion.net”. 

Un compañero bondadoso se compadeció de él y le explicó:

-”Pintar” un gorro, quiere decir que, como a tí te lo han quitado, quites tú otro.

-Pero, ¿cómo puede ser eso? -replicóle-. Yo no; yo compro uno al que lo venda. Quitar, no. ¡Eso nunca!

-No seas tonto. Mira: sal por esa galería, al exterior, hacia donde dan los retretes. Todos ello tienen ventana. Cela un poco, y en cuanto notes la presencia de alguien, poner el pie en el zócalo, haces un esfuerzo, te aupas, metes la mano entre los hierros, le coges el gorro al que sea, te lo pones y … a correr hacia acá, por el mismo sitio.

Aunque titubeando y temeroso, hubo de aceptar la sugerencia del compañero y realizarla tal como se la habían explicado, aunque, en la elección de sitio escogió la ventana más retirada y más asequible, incluso por carecer de reja.

Llegó, aguardó y, notando la presencia de un interesado, se aupó sobre el zócalo, metió el brazo, cogió el gorro, se lo puso y apareció en el patio del cuartel, delante del sargento llamador, tan contento y satisfecho; pero, ¡oh, fatalidad!, iba tocado con el gorro del comandante mayor del regimiento. 

*** Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 95-96. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940.  

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