domingo, 22 de junio de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 26.

¿QUÉ ERA ANTES, CASADO?

Entre las hojuelas más centrales y empingorotadas [1] del cogollito de los mandantes locales, no se sabía disimular la creciente intranquilidad que los dominaba. No podía precisarse nada. Se desconocía lo sucedido. Pero se tenía la certidumbre de haberse registrado un hecho grave, de gravedad alarmante, cuyas consecuencias no se podían calcular.

La expectación era grande. El desasosiego, evidente. La inquietud, desbordante. La zozobra, también grande, como grandes eran, así mismo, los sobresaltos y temores, entre los que absorbían el poder en la localidad.

Se vivían minutos de ansiedad verdadera, momentos de profunda desazón interior ante el deseo, sentido entre dichos mandones [2], de descifrar la incógnita del problema que se tenía planteado.

La primera noticia, causa del violento estremecimiento que sacudía su ánimo, no era pública, ni mucho menos. Todavía estaba, y así había de conservarse, entre encopetados [3] componentes de la pequeña maraña gobernante en la población. Había que reservarla, a toda costa, del peligro de la divulgación. No debía ni podía trascender al público, ya que, puesta al alcance de los de fuera de ellos, así como así, sin concreción ni arreglo ninguno, podría resultar perjudicialísima para el bien general, cuya salvaguardia aseguraban ostentar.

Se hacía, pues, indispensable, abrigarla con el tierno calorcillo de lo más recóndito, a fin de asegurar firmemente su impenetrabilidad.

Pero si bien se imponía con reserva tan característica entre los que mutuamente se tienen que temer, también se imponía la imprescindible necesidad de un solemne cambio de impresiones, del que naciera, con el conocimiento exacto de lo ocurrido, que podría proporcionar quién había de presidirlos, la norma a seguir.

Así se dispuso por quien podía, guardando todas las precauciones en que ya eran maestros consumados. 

[Ambientación] Posiblemente el día 8 de septiembre, hacia 1925. La autoridades salen del Convento, mientras toca la banda de música en el real de la feria. Colección particular Foto Pastor. Fuente: Conil en la Memoria, p. 78, 2004. 

El número de los concurrentes, fue reducido.

El acceso a la tenida [4], fue también sencillísimo, dentro de su gran disimulo.

Acudían los interesados, según nuestras referencias, con la prontitud que era norma en el pretendido lucimiento íntimo de la novedad. ¡Oh, debilidad y flaqueza humanas! Cuanto más significantes somos, cuanto más nada, de más importancia nos revestimos. Cuanto más pueril y diminuto es un acto entre los nadie, de más galas se revisten sus realizaciones.

Entraban espaciados, uno a uno, haciéndose como distraídos, cual sin fuesen desocupados que sólo piensan en gastar el tiempo.

Todos llevaban en el semblante la máscara de la indiferencia. Sólo un ojo perspicaz descubriría el rictus denunciador de la flaqueza de ánimo que sentían.

Entraban, como antes se dice, individualmente, y poniendo cierto intervalo de tiempo entre uno y otro. Los recibía, al exterior del reservado, el guardián del edificio, que hacía como que leía, en disposición de abstraído. Daban el número de su designación respectiva. El conserje lector, al escuchar la contraseña, se hacía a un lado, con movimiento momentáneo, y daba paso tras el cortinaje protector a cada interesado. Incontinenti [5] volvía a su primera posición.

Ya estaban todos. El guardián torció con todo disimulo y guardó en su más segura faltriquera [6] la diminuta llave de la cámara de deliberación, se arrellanó muellemente en el frailero asiento [7] y dio espaldas al departamento que con cuidado especial custodiaba. Ahora no leía o hacía como que leía. Con el libro abierto por una de las páginas centrales, dormitaba o aparentaba dormitar. Así, no sólo guardaba toda la reserva exigida, sino que se ahorraba la impertinencia de posibles curiosidades.

Los reunidos, perfectamente identificados entre sí, tomaron asiento en lugar adecuado y escuchaban al que entre ellos mandaba más.

[Ambientación] Autoridades eclesiásticas, civiles y militares, hacia 1941. Colección particular Francisco González. Fuente: Conil en la Memoria, p. 101, 2004. 

Ya conocían el suceso en toda su extensión y gravedad. Quedaban perfectamente enterados de las medidas adoptadas para atajar el mal. Aprobaron entusiasmados la conducta a seguir. Aunque sentían en los más hondos y profundos recovecos de su interior el desasosiego que todavía les acarreaba su gran inquietud, hacían de tripas corazón [8] y envalentonaban exteriormente sus actitudes. Cada cual ratificó su inquebrantable adhesión a la nueva maraña gobernante, ofreció con la mayor solemnidad la más eficaz cooperación y prometió sin regateos el mayor sacrificio que las circunstancias fueran exigiendo.

Esta resuelta actitud tan unánime, pareció que disminuía un tanto el ambiente de zozobra. El desasosiego se entendía que era algo menor. La inquietud no era ya tanta, ni eran tantos ni tan inmediatos los temores.

Además, se había visto con la mayor complacencia el resurgimiento de un nuevo caudillo, capaz de hacer frente, con pujante propósito de allanarlas, a todas las dificultades presentes y futuras, que se pudieran presentar. Es sabido que las grandes convulsiones sociales suelen producir espíritus rectores que se sobreponen a los demás y que generalmente triunfan, aunque el triunfo luego no se convalide. Del trasiego revolucionario de la nueva conmoción social había salido un nuevo héroe, para el que eran, en aquella actualidad, todos los respetos y acatamientos. Se elogiaba a Casado. Se veneraba a Casado. Se glorificaba a Casado. Se llegó casi a santificarlo … ¡Viva el nuevo Gobierno! … ¡¡Viva Casado!! …

Una de las empingorotadas [1] hojuelas del capullito de mandones que ya conocemos, un tanto sobrecogida, en la expansión de erudición de que siempre alardeaba, expresó con dicción afectada:

-Casado … Casado … Yo conozco, por lecturas, a Casado pintor, Casado pedagogo, Casado médico, Casado marino y comerciante, Casado jurisconsulto, Casado noble … todos pertenecientes a estas horas a la posteridad. Pero ahora Casado … Casado … Señores …, ¿quién es este Casado? … ¿Qué era antes de ahora esta Casado? … Decídmelo, por favor.

El «mandamás» que presidía, no sabiendo cómo hacer frente mejor, a la significada y petulante impertinencia del interrogador, contestó en tono todo lo seco, áspero y al mismo tiempo zumbón que las circunstancias consentían:

-Pues la respuesta es muy sencilla, camarada. Casado, nuestro insigne y nunca bien querido y admirado Casado, fue antes … ¡SOLTERO! 

NOTAS: [1] Empingorotada.- Coloquial, despectivo, dicho de una persona: elevada a posición social ventajosa; indicado especialmente a quien se engríe por ello. Fuente: RAE. // [2] Mandón.- Que ostenta demasiado su autoridad y manda más de lo que le toca. Fuente: RAE. // [3] Encopetado.- Que presume demasiado de sí. De alto copete, linajudo. Fuente: RAE. // [4] Tenida.- En este contexto, debe interpretarse como: tertulia o reunión de amigos de larga duración o recepción en honor a una persona. Fuente: RAE. [5] Incontinenti.- Prontamente, al instante. Fuente: RAE. // [6] Faltriquera.- Bolsillo de las prendas de vestir. Bolsa de tela que se ata a la cintura y se lleva colgando bajo la vestimenta. // [7] Sillón frailero: para su construcción se usan pedazos gruesos de cueros estirados en la parte trasera y en el asiento, clavados a la estructura de madera; generalmente, este cuero se decora con padrones labrados. Fuente: “archivospatrimoniales.uc punto cl”. // [8] Hacer de tripas corazón.- Cuando se debe acometer algo que realmente no se desea. Fuente: “elmundo punto es”. // 

Fuente: “AMAPOLAS Y JARAMAGOS: cuentos, anécdotas, narraciones y chascarrillos”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 55-57. Primera edición, Gráficas Morales, Jaén, 1.940.  

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