¡CUIDAO CON LA BOLSA.
Era un día bastante desagradable.
El antipático viento de LEVANTE, que con tanta frecuencia azota la capital gaditana, soplaba con furia loca, levantado densas nubes de polvo asfixiante e infeccionador [1].
Por el muelle y sus cercanías, especialmente, era difícil andar. Cuantos se veían precisados a transitar por aquellos contornos, se veían seriamente amenazados de rodar por el suelo.
Se le veía, abrochada la americana, y bombeado el pantalón, por la fuerza del aire, caminar inclinados hacia donde el viento soplaba y con una o las dos manos en la cabeza, evitando perder el sombrero …
Unos se lamentaban del difícil tránsito público. Otros se distraían, en el interior de los edificios, al presenciar sus peripecias y dificultades.
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[Ambientación] Puerto de Cádiz, aduana (actual palacio de la Diputación provincial) y puerta de Sevilla. Fuente: Facebook de Juan Márquez, 26 febrero 2025.
Una imprescindible obligación, nos llevó, al medio día, por aquellos alrededores.
Aporreados horrorosamente por el POÉTICO EOLO, penetramos, luego de practicar nuestra inexcusable diligencia, en un café de aquellas inmediaciones, no sólo con la idea de descansar un ratillo, sino con la de reponernos y recobrar nuevos bríos para la lucha que en la calle nos aguardaba.
El café, como era natural, estaba poco concurrido, casi desierto. Solamente lo ocupaban unos JÓVENES JUICIOSOS QUE JUGABAN AL MUS y unos cuantos hortelanos y recoveros pueblerinos que aguardaban al COMISIONADO-SACADOR, con la cuenta de las mercancías que habían ARRIMADO al mercado de abastos.
Ocupamos un asiento en mesa cercana a la que estos últimos rodeaban y, no teniendo otra cosa que hacer, mientras un dependiente nos servía, escuchamos, complacidos, la charla con que aquella gente de pueblo entretenían la espera.
Uno de ellos, de edad ya madura, echando mano -como él decía- al caudal de sus recuerdos, contó lo que traducido a nuestro lenguaje, ahora repetimos:
-Don Rufino -comenzó diciendo- fue, por la buena voluntad de un gran cacique, y durante dos años casi justos, la pedánea primera autoridad encargada de regir los destinos de una muy importante aldea, escondida en las escabrosidades de la sierra gaditana, patria de Aguilá, un gitanuelo de los más sagaces y ocurrentes de la FAUNA comarcal.
Sin duda por aquello de que «todo cedazo nuevo cierne bien», don Rufino, en los comienzos de su vida política, supo captarse, si no el aprecio, por lo menos la admiración y el respeto de la mayoría de sus conterráneos, hasta el punto de que más de uno afirmara que su gestión iba llenando, en cierto modo, un hondo vacío sentido en aquella localidad.
[Ambientación] Vista de Grazalema. Hipotética identificación del lugar de esta narración, de donde procedía un vendedor de mantas que, ha mucho tiempo, se estableció en Conil, dando lugar a una importante saga familiar. Fuente: “degrazalema punto org”, fotografía de Mario Sánchez Román, 195?.
Pero, luego de transcurrido algún tiempo, dio a conocer su incomprensiva y extremada avaricia, y desplegando, a todo vuelo, la codicia de su especial carácter, en el desarrollo de un régimen de arbitrariedades y tiranías, no sólo consiguió hacer evolucionar, a modo de transición, el concepto merecido por sus primeras actuaciones, sino que, eclipsando para siempre al astro de su protección, quedó sumida su personalidad política en la mayor oscuridad e impotencia, saliendo, como complemento de todo ello, odiado y malquerido, no sólo de todos cuantos martirizó y despojó despiadadamente de bienes y derechos ciudadanos, sino hasta de los que medraron, a su sombra, aprovechándose de los desperdicios de sus atrevidos despojos.
En la inclinada y resbaladiza pendiente de su egoísmo y ambición sin límites, consiguió más aun, don Rufino.
No contento, ni satisfecho, todavía, con la acumulación de riquezas que su actuación política le había agenciado, persistió en la idea de aumentarlas, y en vez de procurar merecer, y obtener en la rectificación de procederes, la reivindicación que el tiempo otorga a lo pasado, se obstinó en ensanchar el vértice de su codicia desmedida, entrando de lleno en el campo de la usura, en el que, con la práctica de sus iniquidades, consiguió la persistencia del malquerer del vecindario, que llegó a aborrecerlo profundamente.
Hablar en la importante aldea de su ex-autoridad, refiriéndose a don Rufino, era tratar de asunto molesto y desagradable; algo así como hablar de una cosa repugnante, nauseabunda …
Así las cosas, recibió un día Aguilá un recado de que don Rufino lo llamaba a su casa.
Por la imaginación de Aguilá pasaron en aquel momento todos los desafueros y enormidades cometidas por aquella SANGUIJUELA SOCIAL, como él le había llamado. Y aunque ya hacía algún tiempo que don Rufino no ejercía autoridad, ni poseía influencia de ninguna clase, por cualidad innata de los de la raza de Aguilá, sintió éste grandes recelos y desconfianzas, en acudir al llamamiento: pero tranquilizado, y hasta animoso, ante las seguridades y garantías de SUS RELACIONES, a todas y cada una de las cuales había consultado, a prevención, sacudió sus indecisiones y, acicalándose cuidadosamente; y vistiendo sus mejores y más relucientes galas, PA MEJÓ MERECÉ, como él decía, encaminándose con contoneos de peripuesta dama a la temida residencia de la pedánea ex-autoridad.
[Ambientación] «Un cacique», revista Blanco y Negro, 1900, ilustración de Maximino Peña. Fuente: “ninos.kiddle punto co”.
-Dios guarde al mejó de los nacío -dijo a don Rufino, una vez en su presencia.- ¿Qué falta pué jacé Aguilá a su güena compañía? …
-¡Hola!, Aguilá -respondió don Rufino, recreándose, curiosos, en la vestimenta del gitano.- Siéntate y cúbrete -prosiguió-, pues tenemos que echar un parrafillo.
-Uzté dirá -respondió Aguilá, obedeciendo, siempre escamado y timorato.
-Se trata de un pequeño negocio que quiero ofrecerte, con ganancia segura para ti -continuó don Rufino- y de conveniencia, como es natural, para mí. He adquirido la huerta que todos conocen por La Entera y, tanto para el servicio de ella, como para mis frecuentes visitas a la misma, necesito una caballería manejable y apropiada para el caso. Como por todos se te considera inteligente y formal, he preferido tus servicios, en la seguridad de que no quebrantarás tu fama.
-Ezcuche uzté, on Rufino -dijo el aludido-. Muchas gracias por el piropo. Aparte ezo, le azeguro que ha jecho uzté mu requetebién pa uzté, porque to er mundo sabe en estos contornos que Aguilá no se resquebraja por tan poco. Jará cuanto puea por darle gusto, y si no quié ná má su mercé, por ahora, ya va lizto Aguilá, y se retira hazta que haya alguna razón que dá -y, saludando ceremoniosamente, salió, satisfecho de la entrevista y del encargo, pensando cumplirlo del mejor modo que fuera dable, en razón a la palabra empeñada.
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Eran las primera horas de la mañana, de una mañana deliciosa y apacible, mañana otoñal. El cielo, sin la más pequeña nube, lucía, espléndidamente, su azulada inmensidad. La naturaleza, desposeída ya de sus galas estivales, lucía la semidesnudez floral de la estación, y el sol, en su aparente ascenso semicircular por el espacio, derramaba, en haces de luz, su cálido fulgor, que el poético Eolo, en calmosa quietud, permitía llegar a la madre tierra, con estival intensidad.
Los aldeanos de nuestro relato, en los matutinos quehaceres de su vivir ordinario, animaban el lugar, con el constante ir y venir de sus múltiples faenas, y los chicuelos, en la algarabía mañanera de sus juegos infantiles, aumentaban la animación típica del pequeño poblado.
Por varias de las torcidas y sinuosas calles de la importante aldea, pletóricas de luz natural, un rapazuelo de la giróvaga [2] raza de Aguilá, conducía un ágil y vivaz caballejo. Detrás, Aguilá, al lado de un convecino, que le acompañaba, amagaba al solípedo con el chasquido de su fusta profesional, al mismo tiempo que indicaba a los transeuntes dejaran paso franco a la comitiva …
Así llegaron hasta enfrentar el domicilio de don Rufino, a quien saludó Aguilá, con voz meliflua [3] y ceremonioso continente, del siguiente modo:
-Güenos días, on Rufino. Vea uzté el encargo: mié de la Alcarria … ¿Le gusta a uzté el ejemplá? … Ez de los mejorcito que hoy pué encontrase. Uzté dirá.
[Ambientación] Imagen de la calle Arcos de Grazalema, publicada por Juan Antonio Pérez López. Fuente: “fotosantiguasgrazalema.blogspot punto com”.
Don Rufino miró, examinó y remiró al animal, sin contestar al discurso de Aguilá; pero una pequeña sonrisa dibujada en su semblante, denunció al suspicaz gitanuelo que el bruto no era de la completa confianza de don Rufino, y para satisfacción de éste, montó, trotó y corrió a la bestia, resumiendo así los elogios tributados a la caballería:
-¿Lo vé uzté, on Rufino? … Ez ági como un automóvi, ligera como el güelo de una mosca, hermoza como la luna yena, y doci como una vaca holandeza.
No desagradó la prueba a don Rufino, quien hizo entrar en su domicilio a Aguilá y a su acompañante, a fin de estipular precio definitivo y poner término a la transacción.
Tras breve discusión de diferencia monetaria, pasó el cuadrúpedo a propiedad de don Rufino, con la expresa condición de nulidad del contrato si el equino se mostraba rebelde a su manejo.
-Ezcuche uzté una palabra, zeñorico -habló, entonces, el vendedor-. Yo le garantizo a uzté que el cabayo ez doci como un ezclavo y noble como un dormío. ¡Por algo le puzo de nombre su primer dueño, Veneitino!
-Está muy bien -objetó don Rufino.- Y mientras Aguilá y el vendedor contaban y repasaban el importe de la venta, don Rufino, desconfiado y receloso, aun, como mal político y buen usurero, con fútil pretexto, salió a convencerse por sí propio de la tan decantada docilidad y fácil manejo del bruto.
Neófito e ignorante en la brega de animales, después de varias palmaditas precursoras, dadas en la culata del caballejo, con resultado de satisfacción, lo acarició introduciendo su mano pecadora en la región escrotal del cuadrúpedo, y éte, sorprendido por caricia tan rara, respondió con un par de coces que si le alcanza de lleno le dejan malparado.
[Ambientación] Un caballo coceando, Europa Press. Fuente: Onda Regional Murcia, “orm punto es”, 24 agosto 2024.
A las protestas e interjecciones del coceado, acudieron Aguilá y su acompañante, a quienes se dirigió don Rufino, iracundo, diciendo:
-¡Eh!, amigos: sepan ustedes que no hay nada de lo hecho. Recojan, en buena hora, la caballería y venga mi dinero. El caballo no es dócil, ni mucho menos. Al intentar manejarlo me ha dado un par de coces, que si me alcanzan de lleno, me quitan la salud para siempre.
-Pero zi ezo no pué zé -argüia el gitano.- ¡Zi er cabayo no dá patá! … ¿Qué le jizo yzté, vamo a vé? ¿Aonde le yegó? …
-Le tocó a la bolza -denunció el chicuelo que cuidaba a la caballería.
A lo que repuso Aguilá, reticente y vengativo:
-On Rufino, por Dió, ¿que fué uzté a jacé? … ¡Tocarle la bolza! … ¡Válgame el señó, on Rufino! … Toavía no ha escarmentao uzté. ¿No zabe uzté ya, que por experiencia, que a la bolza no se pué tocá: que al que ze le toca a la bolza ze tié a la fuerza que defendé? …
NOTAS: [1] Infeccionador.- Del verbo infeccionar (de infección), infectar o causar infección o una enfermedad en un organismo. Fuente: varios diccionarios. // [2] Giróvaga.- Vagabundo (similar: errabundo, nómada, errante,…). Fuente: RAE. // [3] Meliflua.- Que tiene miel o es parecida a ella en sus propiedades. Fuente: RAE.
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 119-127. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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