sábado, 30 de agosto de 2025

HISTORIAS DE LUIS BRICEÑO, 35.

 ALTRUISMO.

Cuando los antiguos trajinantes[1] -y decimos antiguos porque utilizaban vehículos de tracción animal o caballerías y caballos de sangre, ya que los mecánicos andaban y andan aun muy escasos y poco empleados en el ramo de transportes- cuando los antiguos trajinantes, repetimos, llegaron a la venta, alto y descanso de su caminata -tarea del día, jornada mínima- acababa de ponerse el sol tras el no muy lejano horizonte montuoso.

[Al solo efecto de ambientación] Un arriero o trajinante en ruta con su variada carga. Fuente: “ahoraavila.com”, Jesús M.ª Sanchidrián Gallego, 15 junio 2024. 

En el valle, que formaban el enlace de algunos montes, derivaciones de la serranía cercana, comenzaban a notarse las primeras sombras vespertinas, que aumentaban a la par que las nubecillas blanquecinas del horizonte pasaban por las tonalidades del iris, para teñirse del negro plomizo de las noches del novilunio[2].

La avecillas canoras, que poco antes parecían despedir con himnos musicales al astro regidor de nuestro sistema planetario, habían dado como por concluso, hasta el nuevo día, el inacabable repertorio de sus armoniosos trinos y gorjeos, acomodándose, silentes, en las frondosas copas de los árboles de la carretera y en las altas ramas de los bosques frutales de las huertas de la ribera cercana.

La temperatura, enfriada por el airecillo sutil de la sierra, cuyas altas crestas aparecían todavía coronadas de nieve, se hacía cada vez menos agradable, y el viento, adquiriendo poco a poco pujanzas de cierta violencia, soplaba ya fresco y desapacible.

Bien se conocía que aun tardaba la Primavera, porque, especialmente de noche, se necesitaba utilizar todos los medios y precauciones del verdadero Invierno, para no sentir hondamente las inclemencias del tiempo.

Nuestros trajinantes, una vez descargada, cubierta y puesta a buen recaudo la mercancía que transportaban, y luego de dejar recogidas y apiensadas las caballerías con que la conducían, comieron, también, DÁNDOLE CUERDA AL RELOJ DE VIVIR, como decía uno de ello, dicharachero y ocurrente como pocos.

Luego, tras sorbo y sorbo de aguachirle[3] con ron que en calidad de café les habían servido como punto final de aquella especie de ágape íntimo, tan confortable para sus estómagos cansados de digerir fiambres, y entre chupadas y chupadas del sabroso cigarrillo, con su derivante humareda descolorida, limpia ya de nicotina en los bronquios de los fumadores, escucharon, complacidos, el siguiente relato, hecho a instancias de todos, por el compañero que gozaba fama de instruido, por sus conversaciones amenas y oportunas: 

[Al solo efecto de ambientación] Escena de un enganche de las encuartas frente al cuartel de Valdenoceda, para subir al puerto de la Mazorra, aparecida en Crónica de las Merindades, 2011. Fuente: “sientepadronesdebureba.wordpress.com”, 25 febrero 2019. 

-Yo no sé el tiempo en que sucedió lo que vais a escuchar de mis torpes labios. El maestro de escuela que me enseñó lo que yo sepa y ya se me haya olvidado, que fue a quien se lo escuché por primera vez, lo suponía sucedido antes de la llamada Era Cristiana -ayer mañana, como quien dice-; otros aseguran, según dijo, que sucedió en los comienzos de la misma.

Yo repito, ahora, que no lo sé y, agrego, por mi cuenta, que me parece que ocurriera cuando ocurriera es exactamente igual, con tal de hacer constar que seguramente hará mucho tiempo, más del que cuentan nuestras respectivas edades, y que, pasara cuanto pasara, por mi parte ni pongo ni quito a lo que refirieron.

Así es que allá va, y allá ustedes.

Amanecía.

En el horizonte, hacia su parte oriental, comenzó a descubrirse la primera luz del nuevo día, esa alegre claridad crepuscular que, como heraldo de la vida, anuncia la aparición del astro centro que rige nuestro mundo.

A los pocos instantes, comenzó a verse el mismo, lentamente, como si abrazara tiernamente, con los haces de su deslumbradora y vivificante luz, aquella parte de la Madre Tierra.

Algo más tarde, desaparecidas, por completo, todas las sombras de la noche, se comenzó a escuchar el gorjeo de los pajarillos, confundido con el tintineo de las esquilas del ganado[4], al salir del redil, y con el cántico mañanero, alegre y sugestivo, de los pastores y gañanes.

Al borde del propio camino, siempre concurrido y transitado, que unía dos poblaciones hermanas, a cual más importantes y visitadas, existía una pequeña heredad, en la que se veía trabajar, constantemente, a todas las horas laborables, a su propietario.

Padre de numerosa prole, y sin más arrimo, para criarla, que el escaso e insuficiente producto de su esfuerzo personal, no cesaba, no podía cesar, de labrar el terruño, a fin de sacarle el mayor producto posible.

[Al solo efecto de ambientación] Pie de foto original: José y Fernanda Muñoz Romero y Pedro García Mendoza, hacia 1948, junto al pago del Zorro en Roche. Colección particular Fernanda Muñoz.” Fuente: Conil en la memoria 2, p. 128, 2007. 

Por ello, buen padre y buen esposo, no era ni podía ser extraño verle trabajar cultivando aquellas tierras que la roturación arbitraria, ya convalidada, le había proporcionado, incluso hasta en las noches en que la luna le ayudaba, regalándole la clara luz de sus blanquísimos rayos.

Su fama de trabajador incansable estaba tan consolidada en aquellos contornos, como la de sus excelentes cualidades paternales y conyugales.

Y, en realidad, era hombre que se sacrificaba a gusto, voluntaria y extremadamente, por el mayor bien de sus familiares. Era un hombre que tenía demostrado hasta la saciedad que todas sus aspiraciones, todos sus afanes, todos sus esfuerzos, se encaminaban hacia el bien de su hogar. Su mujer y sus hijos eran su debilidad. Parecía que para él no había más mundo importante que su casa: su mujer y sus hijos.

Claro, que entre sus relaciones y vecindad, había quien alabara sinceramente aquellas decisiones, aquel sacrificio incruento; pero también había, y tal vez fueran los más, quienes criticaran tal proceder, llegando hasta haber quien lo condenara, presuponiendo un agotamiento prematuro de energías y vitalidad, fatalísimo para los familiares …

Apreciaciones contrarias, antagonismo de apreciaciones y pareceres distintos, que me recuerdan unos versos de Campoamor[5] -<Las dos linternas>- que dicen así:

«Y es que en el mundo traidor

nada es verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira».

Pero … sigamos con el relato.

Nuestro principal personaje, poco enterado, por no decir que ajeno, a las habladurías y apreciaciones de sus conciudadanos, seguía impertérrito su línea de conducta, tan en armonía con las esencialidades de su carácter, sin que, por consiguiente, le importara un bledo el dictamen ajeno.

El hombre no se ocupaba, pues, nada más que de encaminar la dirección de su vida y de dirigir sus acciones y actividades hacia el mejor cuido y labranza de su heredad, a la que, aunque fuera con grandes penalidades, procuraba sacar, mejorándola cada vez más, el pan nuestro de cada día.

[Al solo efecto de ambientación] Ilustración de una entrada del facebook “Salamanca en fotos”, del 4 de julio de 2020, sobre la leyenda de la “Carroza Infernal”. 

Embebido en esa faena se hallaba, precisamente, a la hora expresada, cuando le sorprendieron las demandas de ayuda de unos viajeros que transitaban por el camino que lindaba con su heredad.

Mal guiadas las bestias que tiraban del vehículo que los conducía, lo habían desviado hacia las tierras de labrantío, de las que no podían sacarlo, de nuevo, al buen camino, sin la cooperación y eficaz ayuda de unas manos fuertes y experimentadas, que aumentara el esfuerzo común hasta el necesario para conseguirlo.

Logrado el objeto de la cooperación solicitada, pudo darse cuenta nuestro principal protagonista, de la importancia, al menos aparente, de los personajes a quienes acababa de sacar de un serio apuro.

Estos personajes eran dos caballeros principales, a juzgar por su inconfundible porte y vestimenta, y una señora, bella, como una clara noche de luna, y sorprendente, como la deslumbradora luz de un relámpago.

Nuestro hombre, al ser envuelto en la subyugante mirada de aquella extraña señora, quedó como hipnotizado. No pudo darse cuenta exacta de lo que ante su vista sucedió.

Al principio escuchó algo así como la concesión de un obsequio valioso, que no pudo comprender. Después desfilaron por su imaginación nombres y escenas que jamás pudo descifrar …

Hojas de laurel, agua helada de Castalia …

Soplo de Apolo, Pitia, Endos, Delfos …

Cumas, Dafne, Teresias, Dodona ...

Cuando, tras aquellos momentos de desequilibrio imaginativo, que para el pobre labriego fueron siglos de angustia y aflicción, volvió a la plenitud de su normalidad, experimentando una de las alegrías más grandes de su vida, pudo escuchar, con gran sorpresa y no poca estupefacción, la voz dominante e imperiosa de aquella extraña y singular señora, que le dijo:

-Me hiciste un favor que te devuelvo con creces, haciéndote conocer el resultado de mi oráculo en tu honor … Pitonisa o Sibila, que para el caso es igual, he querido obsequiarte profetizando tu porvenir … Deja el trabajo y vete a disfrutar de la vida. Tus días están contados y te queda bien pocos que vivir … Sé egoísta y aprovéchalos. Lánzate al torbellino de tu mayor placer y no niegues realización a ninguno de tus deseos …

[Al solo efecto de ambientación] “La sacerdotisa de Delfos”, óleo (160x80cm) de John Collier, 1891. Museo Art Gallery of South Australia, AGSA, Adelaida, Australia. Fuente: “historia-arte.com”. 

Sentencia y consejo a los que nuestro protagonista, dándose perfecta y exacta cuenta de todo su alcance, contestó, también, resueltamente y en tono y actitud lo más ceremoniosos que pudo:

-Adiós, ente despiadado, personaje místico o ser real: gracias por tu maléfico favor, que no acepto, y por tu consejo egoísta, que rechazo con toda la energía de mi corazón … A cambio de una facilidad espontánea y desinteresada, has matado mi ilusión … Dios te lo demande … Aunque no importa: después de todo, tienes también mi perdón … Adiós, sí; pero sepa antes de seguir, que hasta aquí sólo he trabajado al amparo de la luz en plenitud. Mas de aquí en adelante, por si acaso, como dueño absoluto de todos mis actos, de todas mis acciones, trabajaré con todo ahínco y sin cesar: esos contados días de mi pobre existencia, que predices, serán bastantes, sin duda, para terminar esta labor que por sí interrumpí, y que hará que los míos encuentren, al menos, el máximo producto de esta hacienda, que les legaré …

Y sin más ceremonias ni cortesías, se apartó de los caminantes, entregándose, incansable y afanoso, a la continuación de su labor. 

NOTAS DEL TRANSCRIPTOR: [1] Trajinantes.- Los antiguos trajinantes eran comerciantes ambulantes que transportaban y vendían mercancías de un lugar a otro, especialmente en zonas rurales, utilizando animales de carga como mulas o burros. Su actividad era crucial para el intercambio de productos entre diferentes comunidades y para la distribución de bienes en áreas donde el comercio formal era limitado. En la actualidad, la figura del trajinante ha perdido importancia, pero su legado se mantiene en algunas zonas rurales, donde aún existen comerciantes ambulantes que utilizan métodos similares para distribuir sus productos. Fuente: Texto creado por IA Google, 26 mayo 2025. // [2] Novilunio.- Fase en que la Luna no es visible desde la Tierra. Fuente: Diccionario RAE: // [3Aguachirle.- Bebida o alimento líquido, como el vino, el caldo, la miel, etc., sin fuerza ni sustancia. Fuente: Diccionario RAE. [4Esquilas del ganado.- Se refieren a los cencerros o campanillas que se cuelgan en el cuello de los animales, especialmente ovejas y vacas, para facilitar su identificación, control y guía; de Agrotienda COVAP. Fuente: Texto creado por IA Google, 26 mayo 2025. // [5Ramón María de las Mercedes (Pérez) de Campoamor y Campoosorio (Piñera, Navia, 24 septiembre 1817 – Madrid, 11 feberero 1901), poeta español del realismo literario. https://es.wikipedia.org/wiki/Ram%C3%B3n_de_Campoamor Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre. //

Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 135-142Primera edición, Jaén, febrero 1.936. 

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