ALUCINACIÓN.
“Aquello parecía, sencillamente, un caso de alucinación.
Sucedió en uno de los más amenos y pintorescos paisajes -léase pueblo- de la bella y risueña Andalucía; en una blanca y coquetona villa que sienta sus reales sobre las laderas, en suave declive, de un florido montículo, cuya base, en su parte Sur, bañan las espumosas aguas del Atlántico.[1]
Transcurría el mes de Julio, honorado de César [2] , en sus días finales.
La naturaleza, siempre rica y esplendorosa, parecía como que había volcado sobre la villa de nuestro relato los inagotables tesoros de su magnificencia.
La sementera, en todos sus aspectos, se presentaba inmejorable, magnífica; la pesca, de la que también vivían sus moradores, había sido y continuaba siendo, igualmente abundante, copiosa. Había salud completa, y por todos sus habitantes se sentía una tranquilidad y sosiego que proporcionan las satisfacciones del bienestar, aunque éste sea siempre relativo.
Eran las primeras horas de la noche, de una noche serena y tranquila, de una noche sencillamente bella, ideal.
No había luna visible, y el cielo, tachonado de estrellas que titilaban como en ininterrumpido parpadeo, aparecía bastante claro, luciendo el aspecto sorprendente de toda su inmensidad.
Una brisa, blanda y suave, como caricia materna, refrescaba el ambiente, inundándolo de gratos y delicados perfumes, arrancados de la fronda huertana, cuajada de arboleda y plantas floridas.
[Al solo efecto de ambientación] Conil y su reflejo, 3 enero 2025. Autor: Antonio Leal, facebook.
Gran parte del vecindario, en selecta y nutrida concurrencia, se había congregado, buscando solaz y esparcimiento del ánimo, en el patio de un teatrito modesto, pero cómodo y coquetón, abierto al aire libre, levantado entre huertas y jardines, en el que actuaban con bastante fortuna, por cierto, divertidos y celebrados artistas.
Hacía poco rato que había acabado la primera representación o parte del programa de espectáculos y se levantaba el telón para dar comienzo a la segunda.
Un ligero rumor, así como el que produce la hélice de un aeroplano que vuela a gran altura, sobre nuestra cabeza, hirió de pronto los oídos de los espectadores, y un momento después, rápidamente, con la propia velocidad con que se transmite una corriente eléctrica, descendió entre el escenario y el proscenio una nube áurea, resplandeciente, que deslumbró a la multitud.
Del centro de la nube surgieron, de repente, unos espíritus posiblemente ultraterrenos, que, tomando formas humanas, encarnaron dos hermosas criaturas impúberes, casi niñas, de áureas cabelleras, brillantes como los rayos del sol canicular; ojos grises, de negra y encendida pupila; expresión dulce, embriagadora; facciones bellísimas, y formas esculturales, envueltas en finas y ricas gasas, que cantaron y bailaron con ritmos y cadencias de exquisito gusto, al divino son de una música extasiadora.
Cantando y danzando, tal como deben cantar y danzar los propios querubines, avanzaban y retrocedían, bullían y rebullían ante la alucinada concurrencia, causando la admiración de la misma, arrobando el alma y paseándola, triunfante de placer, por las excelsitudes de la propia sublimidad.
[Al solo efecto de ambientación] Ballets Russes con Apollo Musagète (1928), con coreografía de George Balanchine; los bailarines son Alexandrova Danilova y Serge Lifar. Fuente: “ciudad de la danza punto com”.
Nadie supo, ni se dio cuenta en mucho rato, de lo que durara aquella bella y sugestiva seducción, porque no hay duda ninguna de ninguna clase de que todo aquello lo fue.
Únicamente puede asegurarse que, esfumadas como por encanto aquellas encarnaciones de ficción, que daban la sensación de cosa ultraterrena, y en retorno por completo la realidad, todos se dieron cuenta de que las protagonistas del espectáculo no podían ser otras que unos pobres seres humanos, tan débiles y materiales como los demás que presenciaron su actuación profesional, nacida, eso sí, de firme y arraigada devoción hacia un ideal artístico, puesto en práctica con todo interés y buena voluntad y con ánimo de ser gratos a la concurrencia, haciéndole pasar unas horas de esparcimiento y alivio de preocupaciones.
Por eso recogieron, con el producto de su trabajo, unos aplausos bien merecidos y una sana e indulgente disimulación.”
NOTAS: [1] Bien pudiera tener en la imaginación del autor, su Villa de nacimiento: Conil de la Frontera. // [2] Julio.- Julio, séptimo mes del calendario gregoriano. Recibió su nombre en honor a Julio César en el año 44 a.C. Su nombre original era Quintilis, que en latín significa “quinto mes”, lo que indica su posición en el calendario romano primitivo. Fuente: Britannica.
Fuente: “FLORECILLAS DE ESCALIO”, por Luis Briceño Ramírez, p.p. 91-94. Primera edición, Jaén, febrero 1.936.
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